13/52 Lácteos no pasteurizados

Abril Posas
4 min readJul 7, 2021

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Panela fresca de mi corazón: siempre te amaré.

Mi mejor amiga dio a luz a cuates hace unas semanas, y mientras su familia aguantaba la respiración afuera del quirófano, yo le limpiaba el arenero a mis gatos pensando que qué se le regala a la amiga que está pariendo unos cuates porque su vida va a ser muy distinta, pero también muy maravillosa de un modo que muchas otras personas no conoceremos porque queremos otro tipo de maravilla.

Que si los pañales o más ropita, pero con el riesgo de que no se aprovechen bien, mis tías, mi madre y la abuela dicen siempre que crecen súper rápido en los primeros meses, que no vale tanto la pena la ropa, sino los aditamentos para los cuidados: las cremas, los jabones, las mamilas, las toallitas húmedas. Aunque recuerdo que a mi sobrino-nieto había que comprarle productos especiales por varias alergias en su piel.

Entonces piensas en los globos y los arreglos, que llegas a la habitación del hospital, te paseas por los cuneros y le llevas café, pan, tacos, cervezas de contrabando, al padre y al resto de los congregados. Pero ya sabes que la pandemia no te dejará andar por ahí, que te van a vigilar de cerca y que el pastor huele muy cabrón con todo y que le quites la cebolla, así que es momento de pensar en otra solución.

Para entonces el día pasó rapidísimo entre el trabajo, los memes y a la espera de noticias. En el fondo pensé durante un instante que no quise ir de rápido al hospital, a pesar de que no me queda tan lejos en bicicleta, porque qué tal que si me topo con el ex que se casó y ni a la boda me invitó. Mucha incomodidad para un momento tan especial, me dije, pero a los cinco minutos recordé que esto no se trataba de mí. Y aunque el ex llegara con su prole y seis esposas, debía apechugar, así que decidí que al día siguiente me daría una vuelta cuando abrí la segunda cerveza del día.

Pero luego resulta que mi mejor amiga dio a luz a cuates ese día y ellos salieron muy bien, muy chiquitos y modorros, pero bien a pesar de que hubo una cirugía de emergencia y la vida de mi mejor amiga se la jugó un momento para que su sueño de ser madre se hiciera realidad. ¿Y una? Limpiando el arenero mientras lee que solicitan donadores de sangre, del mismo tipo que corre en mis venas y várices, que no hayan ingerido alcohol en 48 horas, así que después del zape en la frente (¡por eso no se bebe hasta el fin de semana, inconsciente!), me puse a beber agua como loca para ir al día siguiente con las horas requeridas sin nada etílico para que me drenen la sangre que también podría derramar si mi mejor amiga me lo pidiera.

Cuando el reloj indicó que el tiempo suficiente se había cumplido, tomé la bicicleta y me dirigí al banco de sangre porque mi mejor amiga dio a luz a cuates un par de días atrás y necesitaba donadores de A+ por aquello de que hay que quedar tablas cuando hacen transfusión de sangre. Y llegué, me registré, di mis datos, esperé, me tomaron una muestra, me dijeron que todo bien y ya creía que era el momento de la verdad, porque nunca había donado sangre antes, ni siquiera cuando mi madre estaba en el hospital muriéndose de cáncer porque, maldita sea, fue la época en la que pesaba menos de 50 kilos y aunque extraño estar más flaca a pesar de siempre sentirme gorda también lamento no haber sido suficiente.

Eso se iba a corregir. Antes de la donación hay que contestar una serie de preguntas que ponen a dudar incluso a la mujer más segura de la historia. Y es que mi mejor amiga dio a luz a cuates casi recién y una tiene que recordar si tuvo parejas sexuales de una sola noche y cuántas veces usó condón. Que si hace ejercicio o ha tenido enfermedades graves, o si la herencia genética le ha jugado malas bromas. Cuántas operaciones y transfusiones, tratamientos largos, parejas estables e inestables. Cuáles drogas, por cuáles medios, en cuántas ocasiones. Y sí, se supone que no hay juicios, y el médico que te entrevista se ríe de tus chistes y sólo anota las respuestas sin levantar las cejas o abrir muchos los ojos o mover la cabeza de un lado al otro. ¿Mi historial de vida merece que muevan la cabeza de un lado al otro? En realidad no importa, porque mi mejor amiga tuvo un par de bebés y yo voy a hacer lo que pueda para ayudarla.

Resulta que todo está bien, que no he sido peligrosamente promiscua, drogadicta o enfermiza. Hasta que llega la parte de la comida. ¿Qué son lácteos sin pasteurizar? Como la leche bronca. ¿Leche bronca? ¡Ew, no! Desde la infancia no le entro a esa madre. El requesón y la panela fresca. Pero, espere: ¿es que hay de otro requesón y otra panela que no sea fresca, de rancho, del mercado o la cremería, directito de allá de Los Altos? ¿Quién compra panela en el super? Los que no tienen alma: esos. Y entonces la sonrisita de decepción y unas consultas. ¿Cuándo comiste esa panela? No, pos, hace como dos meses, quizá menos. Híjole, es que debes dejar pasar al menos seis, para que el riesgo de que pases una bacteria a tu sangre, y luego a alguien que quizá no la aguante, desaparezca con seguridad.

Tons, pos así, hora y media después me dieron las gracias y salí del banco de sangre del hospital derrotada porque mi mejor amiga acaba de tener hijos y yo ni siquiera pude donar un poco de lo que tengo adentro de mi cuerpo no por descuidada, suicida o irresponsable, sino por ¿glotona?

Pero ya se me ocurrirá algo, estoy segura.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.