13/52 La urgencia femenina
La urgencia femenina de aprenderte los lunares del cuerpo para poder anotarlos en un documento para cuando te desaparezcan y así la ficha de búsqueda esté más completa.
La urgencia femenina de luego verte en el espejo dos veces para comprobar si sí eres o alguien cambió el cuerpo en el que habitas porque la verdad es que ya no lo reconoces.
La urgencia femenina de ocultar tu cuerpo debajo de ropa demasiado grande porque es muy hermoso o crees que demasiado feo: no vaya a ser que alguien quiera hacerte daño por lo uno o lo otro.
La urgencia femenina de desear una máquina del tiempo que te lleve a la infancia de tu madre para convertirte en su mejor amiga.
La urgencia femenina de aparecértele, también a tu madre, un día, antes de que siquiera supiera que te estaba esperando, para decirle que está bien si abandona la obligación de tener hijos —de tenerte— para en su lugar cumplir esos sueños que dejó en pausa el resto de su vida.
La urgencia femenina de pedirle perdón a tu abuela por no haber escuchado las quejas sobre su marido, sus hijos, su padre, lo sola que tuvo que encargarse de lo que le dijeron que era la familia.
La urgencia femenina de robarte el auto, llenarlo sólo de libros y esconderte en una cabaña en medio del monte, quizá con el gato para que mate los bichos que todavía te dan tanto miedo, y regresar tres años después pidiendo perdón a todo el mundo.
La urgencia femenina de quemar árboles enteros afuera de las casas de quienes le hicieron daño a otras mujeres que todavía no conoces, pero has visto llorar afuera de un bar o en silencio en el camión.
La urgencia femenina de aprender a hacer toda tu ropa y la de tus amigas, para que nadie más sienta que la industria se burla de las caderas, las piernas muy cortas o demasiado largas.
La urgencia femenina de formar una banda de covers para gritar lo que te dolió hace mucho y te dejó una cicatriz que a veces palpita.
La urgencia femenina de darle tu experiencia entera a alguien más joven que dice que no puede para que sepa que sí podrá, y no sólo eso, no van a poder pararla.
La urgencia femenina de que el mundo avance a tu propio ritmo y que por favor se detenga cuando tengas que esconderte dentro de un baúl porque te dieron ganas de destruir lo bueno que tienes. Otra vez.
La urgencia femenina de reducir todo a cenizas.
La urgencia femenina de reverdecerlo todo de nuevo. De cuidarlo hasta que ya no te necesite y entonces destrozarlo, esta vez para siempre.
La urgencia femenina de perder 5 años de tu vida a cambio de tener el cuerpo perfecto.
La urgencia femenina de arrepentirte del último deseo pero en realidad no porque si sí, entonces es en serio por favor y gracias.
La urgencia femenina de resolver todo llorando porque claro que es más fácil, ¿o por qué carajo creen que lo haces?
La urgencia femenina de diezmar el sueldo en aretes, maquillaje, chamarras y tenis y nunca usarlos porque es más cómodo estar en pijama todo el día.
La urgencia femenina de decir lo que piensas nada más para ver qué efecto provoca.
La urgencia femenina de arrepentirte en cuanto pronuncias las palabras.
La urgencia femenina de destruir algo hermoso, algo como como el amor.
La urgencia femenina de convertirte en un gato peludo, casero, holgazán y criticón, que mire los fantasmas de los rincones sin miedo, con curiosidad, al que le permitan apoderarse del sillón más fresco en verano y tibio en invierno a cambio de las migajas que algunos llaman ronroneo.
La urgencia femenina de llevar a cabo el plan original de la asombrosa Amy, y estar ahora en el fondo del mar flotando en silencio, como en el espacio, sin preocuparte por comer sano, lucir joven, tener paciencia, sonreír aunque no quieras, ponerte en los zapatos de los demás ni hacer lo que la mayoría decida, que se marchiten todas flores, que se estrellen todos los aviones, que pare todo ya.