14/52 Es que escribir es un trabajo

Abril Posas
3 min readJun 27, 2023
La escritora haciendo home-office. ca 2020

No es amor al arte cuando las que escribimos intentamos todo para que, de alguna forma, la escritura sea parte de lo que nos da de comer y con lo que, a veces, podemos pagar las cuentas. Sé que esto rompe con el ideal del artista sacrificado y atormentado, argumento que a muchos les justifica su idea de que a las escritoras no se les pague por aparecer en antologías, participar en charlas, dar conferencias, convertir sus textos en otra expresión artística.

Olivia Teroba lo explica muy bien en su ensayo “El dinero y la escritura”. Un ensayo porque el que ganó un premio, por cierto, y que ha resonado en muchas autoras que conozco, con las que ya hemos hablado de esto, y también con aquellas con las que nunca he convivido, pero me encuentro en redes sociales.

Hablar de la escritura como trabajo es convertirlo también en dinero. Y es incómodo. Es hablar de contratos, cláusulas, porcentajes, regalías, facturas, tiempos de entrega y tiempos de cobro. Significa acercarte a tus colegas escritoras para preguntar cuánto les han ofrecido, qué han recibido, si han podido negociar, cuál razón económica está detrás de aceptar a una editorial y negarse a otra y por cuáles ajenas al dinero también.

Significa, entonces, sacudirse un poco la idea de que la escritura es un trabajo solitario, porque al final de cuentas coincidimos con autoras que participaron en la editorial, la secretaría de cultura, la universidad, la charla, la revista: donde sea que hemos invertido tiempo, experiencia, disciplina y talento para agregar valor a la empresa que se beneficia de lo que creamos.

Escribir no es una actividad que necesariamente ocurre en el vacío mientras nos recluimos en el cuarto, en un estudio, en la cocina, en la banca de un parque o la tina del baño, porque lo que otras han escrito antes que nosotras nos sostiene. Estamos sobre los hombros de autoras que ya pasaron por nuestros mismos obstáculos y, no siempre a tiempo, lograron superarlos con la ilusión de que las nuevas generaciones no tendríamos los problemas que a ellas las aturdieron. Pero aquí estamos.

Aunque nos cueste admitirlo, las escritoras necesitamos de otras escritoras —aunque no vivan en la misma ciudad que nosotras, aunque no tengan la misma edad que nosotras, aunque no tengan tantos premios, viajes, traducciones, libros, dinero, miedos, agente, hijxs, columnas en periódicos, seguidores en TikTok, adaptaciones al cine, memes, clubes de fans, jacarandas en el jardín, gatos adormilados en el sillón; aunque unas sean team frío y las demás team calor— para fortalecer un gremio que los que ya existen (que si de editoriales, que si de librerías, que si de barcos a la deriva) no conciben.

Dice Olivia (en serio, lean el ensayo):

Escribir es habitar una caja de Schrödinger donde hay trabajo y no, hay dinero pero aún no llega; hay publicaciones, congresos, encuentros, lectores, pero es imposible vivir de escribir.

Escribir es un trabajo, uno que podemos amar y por el que muchas decidimos desvelarnos o cambiar prioridades para acomodar lo que debemos darle vida con palabras. Que podemos odiar a veces, porque eso ocurre con el trabajo y con las personas que amamos: nunca serán perfectos. Pero eso no significa que no merece una retribución digna, proporcional, justa y suficiente para mantener nuestra escritura, lo que nos mantiene vivas.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.