15/52 Cualquier cosa puede ser un separador de libros

Abril Posas
3 min readAug 9, 2023
21 separadores de libro, si contamos la cajetilla

La gente que tiene separadores de libros que fueron creados para ese objetivo —con un imán en las puntas para que no se pierda, o un sistema de clip para aferrarse a la página, o que tiene un mensaje chistosón o motivador para no abandonar el libro como si se tratara de la rutina física en el gimnasio— son psicópatas y me pueden citar.

El resto de la gente, que intentamos mantenernos no-psicópatas la mayor parte del tiempo, sabemos que cualquier cosa es un separador de libros, porque sabemos perfectamente para qué lo necesitamos. Un separador de libros tiene la función de indicar en dónde pausamos la lectura, para no equivocarnos al retomarla, no vaya a ser que regresemos algunas páginas y tengamos que recorrer de nuevo algunos párrafos que quizá nos costó superar. O peor: que nos saltemos partes de la historia y de pronto no entendamos por qué la protagonista está donde la encontramos. Es para no quedar como estúpidas mientras leemos, básicamente.

Entonces, cualquier cosa puede ser un separador de libros. Por ejemplo: la tarjeta de presentación que un ex compañero de la universidad te dio cuando te lo topaste afuera del súper mercado. No sabes qué puesto tiene ni recuerdas el nombre de la empresa, es posible jamás lo llames, pero ahí está en tu mesa de noche para señalar el progreso de tu libro.

También puede ser una fotografía vieja que ha trascendido el tiempo y el espacio, porque ahora ya no significa nada y apenas reconoces quiénes aparecen en ella. Pero es plana y cabe bien en el ejemplar de Jane Austen que relees por enésima ocasión.

Recibos, tickets de compra, folletos. Hasta hace algunos años, los boletos del tren y todavía los del camión. Ir por el mundo haciendo cosas mundanas te regala separadores de libros, a veces sin gastar un peso. Por eso gastar voluntariamente en un separador de libros es hasta contrarrevolucionario, mero capitalismo rampante, la peor decisión de tu vida después de comprar un electrodoméstico sueco.

Un libro también sirve. Además, se convierte en un comentario acerca de los metatextos, las referencias ocultas, el mundo literario en general. Ahí es cuando llegan los profesionales: el mismo libro que se lee es el separador de su lectura. PUM. Gracias a las solapas, el cintillo que asegura “la urgencia” de su trama o, y esto no le va a gustar a muchos, las esquinas dobladas de sus páginas. A mí me parecen el separador ideal: es parte del libro, la dirección a la que apunta la esquina doblada señala la página en la que hay que continuar, no se desperdicia nada.

Pero antes de llegar al momento de usar al libro mismo, existe una etapa en la que se utiliza todo lo ajeno a él: lápices, labiales, el juguete del hijo más pequeño, pinzas para cejas, una viruta de madera, el cable del cargador del teléfono, una revista, una servilleta, el pasto que arrancamos en el parque, un chocolate todavía envuelto, la envoltura del chocolate que devoramos junto a la lectura, un grano de café intacto, la mosca que aplastamos entre las páginas como castigo a su audaz interrupción de la tranquilidad lectora, el dedo índice mientras caminamos del baño a la habitación, una almohada, la sábana, la envoltura de un condón —a veces ajeno. Aquí no juzgamos—, el borde de la cama, la cuchara del café, un sobre de azúcar refinada, un encendedor o, mejor aún: un cerillo.

Un sólo cabello. Larguísimo, rubio y un poco ondulado a la mitad. Que encontramos debajo del edredón. Que no reconocemos y no sabemos por qué está ahí. Pronto descubrimos que un diente suelto también es buen separador. Una mancha de la sangre que emana de una nariz rota.

Cuando se trata de un separador de libros, en realidad las posibilidades son infinitas. Qué maravilla.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.