4/52. Cuando somos una caca andante

Abril Posas
4 min readJan 28, 2022

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Hasta el gato huele la caca. Photo by Siddharth Salve on Unsplash

La explicación corta es que una se levantó con el pie izquierdo, del lado equivocado de la cama o que nomás se tuvo un mal día. Todos tenemos días malos y días buenos, porque la felicidad no es constante, y un ejercicio que otra gente recomienda es llevar un registro así, de días buenos y días malos, en un calendario hecho de puntos de colores que identifique los mejores de los peores. Al final del año, alguien podría sorprenderse de tener un buen sabor de boca después de 12 meses que, según su propio registro, fue bastante horrible. O gris, aburrido, sin novedades.

Quizá esa es una mejor opción a la de ir al muro de alguien que no conocemos a hacer comentarios sarcásticos. Pero también reconozco que un día puede ser tan catastrófico, excecrante, paquidérmicamente insoportable o doloroso que no queda de otra más que ir a hacer uso de la única arma que nos dejaron medio servible: el escarnio.

Y se siente muy bien. Me consta porque lo he hecho. Sin discriminación y sin medida. Con gente que conozco y otra que jamás recordaré en mi lecho de muerte, a pesar de haberle dedicado unas líneas de mi más aguda inteligencia. Porque para ser culera no se necesita tanta astucia, solamente soltar esa crueldad interna con la que nacemos todas las personas y que tenemos que aprender a controlar. O al menos distraer con artilugios imaginativos cuando alguien mete el auto a la fuerza cuando vas en el carril de bicicletas o un tipo anónimo e insignificante decide que es urgente que escuches el comentario sobre tu cuerpo que acaba de ocurrírsele.

Los peores impulsos son los que vienen por razones menos justificables, y que tienen más que ver con la espinita que ha estado jodiendo en la propia pata, que todavía no encontramos y, por lo tanto, no podemos expulsar del cuerpo. Como cuando alguien comparte un meme con evidentes faltas ortográficas. O si el bebé de la vecina llora en la madrugada. Si el gato elige el momento en que acabas de trapear para escupir la babosa bola de pelo. Si el camión pasa debajo de tu ventana en la parte más interesante del chisme que te están compartiendo por Zoom («¿Que dijo qué cosa, qué dijo, por qué se sorprenden todas?», interrumpes el resto de la historia con la desesperación del que se ahoga en medio del Atlántico). O nomás porque no calculaste el ángulo que hay entre tu frente y una repisa, lo que te propinó el golpe más doloroso y humillante de tu vida adulta.

¿Quién tiene que pagar entonces? La tuitera que dijo que le gustan los perros chiquitos que necesita escuchar mi defensa en favor de los lomitos más grandes, cómo chingados no.

Pero todo se paga en esta vida.

Ya me llegó el onvre (ni el primero, ni el último: levantas una piedra y salen corriendo como arañas) que quiso aleccionarme sobre el endiosamiento del artista y su futilidad. La verdad es que la opinión que compartí, con el apoyo argumental de otra que la escritora Clara Obligado hizo sobre el mismísimo Borges, no era una invitación al diálogo. Pero un fulano creyó que sí, y lo peor de todo es que yo pensé que el fulano estaba abierto a una conversación al respecto de las aristas de aquello que le gusta a tantos de separar al artista de la obra (sobre todo si son artistas hombres, ya lo han demostrado muchas veces). Ni Fulano ni yo estábamos en lo correcto: él llegó a decir sus piensos aderezados de ese sarcasmo patriarcal (emojis de caritas sonrientes y guiños, como toque final) y yo intentaba, necia como un zancudo a mitad de la noche, exponer mis puntos de vista.

Ya sé, ya sé: quizá el reto de las 52 semanas de escritura no obliga a ventilar este tipo de experiencias. Pero, como dice el meme, es mi Medium y puedo agregar el trauma que yo quiera. Con todo, espero que aquel fulano ya no tenga días malos, días de esos, que nos transforma en un personaje de ficción que sólo aguantamos en una serie o un libro, porque lo cierto es que en la vida real no seríamos más que una caca andante, apestando a mierda todo lo que tocamos. Ojalá ya se haya sacado la astilla. De su ano.

Para quienes se enfrenten a una situación parecida, sugiero aplicar lo que Rosa Díaz (minuto 1:24):

«… and I’m beating the hell out of him».

Funciona ;)

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.