5/52 De dónde vienen los bosques

Abril Posas
3 min readMar 5, 2023

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Foto de Tiago Alexandre Lopes en Unsplash

Antes de dormir, una niña intenta mantener a su madre despierta a su lado, lanzándole preguntas que, sospecha, no son tan fáciles de responder porque para ella no hay una respuesta a la mano. La pobre mujer, que para esa hora lo único que desea es el único cigarro que puede fumarse en soledad y quizá un sorbo a esa cerveza que sabe no va a terminarse —se quedará dormida con la ropa puesta, en su sillón favorito: el que es para una sola persona y nadie más, apenas segura de que la llama de su tabaco morirá en lo que sea que será el cenicero en ese momento—, escuchará paciente a la hija mientras desea que pronto llegue la adolescencia para que empiece a rechazarla y excluirla de su habitación cada vez con menos sutileza. Pero como todavía faltan algunos años para eso, le pone atención con la resignación de una condenada a muerte. De una condenada a ser madre, pues.

La niña lanza entonces: «¿De dónde vienen los bosques?». A su madre le parece una pregunta débil, floja, de último momento. Obviamente se le ocurrió por la portada del libro en la mesita de noche que contiene cuentos de princesas empoderadas que vencen dragones y cobran facturas, o algo así. Se siente un poco decepcionada, pero también comprende que significa que la chiquilla no está en su mejor momento y está por caer dormida. Así que empieza a fabricar su respuesta.

«Los bosques existen porque las ardillas tienen una pésima memoria», a diferencia de la made, que recuerda siempre los TikToks y entradas de blog que lee durante el día para relajarse, «Muchas veces, para almacenar su comida, las alimañas esas entierran las semillas que recolectan antes del invierno. Como no son tan inteligentes como para dibujar mapas, marcar ubicaciones en Google Maps o tomar una foto con su celular, jamás regresan por ellas y pronto germinan. ¿Sabes qué es germinar? Que se convierten en una planta y, con el tiempo, en árboles. De ahí vienen los bosques».

«Ardillas tontas», dice la pequeña, y cierra los ojos. La madre gana de nuevo, le da un beso en la frente y sale de ahí con paso ligero y velocidad, como un gato que huye instintivamente.

Ya con la cerveza burbujeándole, la mujer le da una calada al asqueroso Pall Mall con cápsula azul —no había de otros en la tienda de la esquina—. Se acuerda de esa historia que vio en una película hace 20 años: en los tiempos antiguos, la gente iba a las montañas a contarle sus secretos inconfesables a los árboles. Les hacían un agujero, susurraban todo ahí, y luego lo tapaban con lodo, para que no escapara. «Mmh», piensa la madre de la niña preguntona, «tal vez ese es el verdadero origen de los bosques: las semillas de lo que no queremos contarle a otra gente. Tal vez por eso existen las hiedras, las plantas carnívoras, las enredaderas venenosas».

Y se queda dormida contando en su mente los secretos que ha guardado hasta ese día, viéndolos saltar, por uno, la cerca de madera podrida hacia la nada, no sin antes asegurarse de que el fuego del cigarro está contenido en la taza del café de la mañana porque quién sabe el tipo de bosque que crecería de los restos de su casa si se cumpliera el sueño de que todo se quemara cuando el fin cerrara los ojos.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.