7/52 Plátanos, nada más

Abril Posas
4 min readApr 7, 2023

Ha pasado mucho, demasiado. Quizá más de lo que hubiera pensado si alguien le pedía que imaginara el escenario: estás colgada de un puente por el que no pasa nadie. No tienes forma de tomar el teléfono para pedir ayuda porque a pesar de lo que te decía tu padre cuando estabas creciendo, no hiciste ejercicio para crear músculos y que esos músculos produjeran la fuerza suficiente que te ayudaría en este momento. Así que sólo dependes de un milagro.

Sigue siendo de día, hace calor, y puedes sentir el tubo del que te aferras ponerse cada vez más caliente. Las piernas te cuelgan como si fueran de trapo, y ya van tres ocasiones que bajas la mirada con la esperanza de ver un río profundo correr debajo de tus pies entumecidos, pero sigue igual: tierra y piedras filosas, basura, un perro muerto y una carreola desarmada y decolorada bajo el sol implacable.

Ya intentaste levantar las rodillas para apoyar un pie que te impulse hacia arriba y, oh, sorpresa, tu core no sirve, tu core no responde, no tienes core. Todas las tardes que tu papá se paró frente a ti, interponiéndose entre tus ojos adormilados y la televisión, te aparecen en recuerdos que, quién sabe por qué, te encandilan de pronto y te hacen que te sumerjas en una oscuridad que no sabes de dónde viene, pero que te ayuda a escuchar mejor lo que el hombre decía entonces: “Ve nomás, tirada en el sillón como una almohada con el relleno a medio salírsele. ¡Deberías salir allá, al sol, a hacer deporte! Toma la bicicleta y da una vuelta o juega básquetbol en la cochera, haz algo. Si no haces ejercicio, tu cuerpo no se va a desarrollar de la forma correcta y no tendrás fuerza para momentos de emergencia, ni siquiera para subir las escaleras. ¿Qué vas a hacer si un día tienes que correr por unas escaleras para salvarte, o para ir a la iglesia el día de tu boda? Tu prometido te verá desde la entrada, allá arriba, con lástima y dirá ‘No, no puedo casarme con ella porque es débil y no podrá darme los hijos que yo quisiera, porque el día del parto su pobre cuerpecito no aguantaría el esfuerzo y moriría ahí mismo, si no es que mata al recién nacido’”. Tú no decías nada porque era mucho para procesar mientras Los Caballeros del Zodiaco estaban de fondo y aún estabas en pijama ese sábado en la mañana.

Finalmente, regresabas a la caricaturay tomabas una decisión: maratón de Seiya y un platote de Zucaritas con leche.

Y aquí estamos. Tu padre seguramente te juzgaría por débil, no por tonta. ¿A quién se le ocurre pasarse al otro lado del barandal del puente porque creíste ver un bebé que había salido de la carriola? ¿Un bebé con orejas en punta y hocico alargado, medio mordido ya por ratas o zopilotes, y colmillos salidos?

Un calambre en la pierna derecha, que has mantenido tan tiesa como tu miedo a la muerte te permite, te regresa: un calambre. Lo mejor para el calambre es el potasio, por eso las tías te recomendaban un plátano cuando te quejabas de ese dolor. No hay plátanos cerca, pero una vez, recuerdas, hace no tanto, quizá hoy mismo, viste una imagen a blanco y negro que alguien compartió en internet. Un hombre, ya viejo, un compositor judío, que murió hace muchos años, está en su oficina sentado frente a su escritorio. Todo está cubierto de plátanos, racimos de plátanos que lucen exactamente igual entre ellos, pero el hombre los mira con detenimiento, con la mano en la barbilla y toda la cosa. Está meditando algo, tiene que tomar una decisión con esos plátanos, ¿para qué? Sólo él lo sabe. Y lo más seguro es que llegó a una conclusión después de mirar y mirar y mirar esos plátanos antes de que se comenzaran a pudrir y tuviera que decir “Al diablo, ahora tengo que hacer el pan de plátano más grande del mundo”, pasó el tiempo, los días, las guerras y la muerte de mucha gente en diferentes partes y meses, ese hombre ya está muerto.

Tomó una decisión y años después murió. Si hubiera elegido otra opción, de todas formas estaría muerto ya. Entonces, no importa qué hagas, querida, hoy o mañana, si no te mueres ahorita, te morirás después: todos los caminos llevan al mismo punto —en tu cara, papá—. ¿De qué podrías perderte entonces, que no se vayan a perder otras personas? Incluso en momentos como estos tenemos dos opciones, drásticas, tal vez, pero dos, y ahora hay que tomar una. Seguro tienes tiempo suficiente para usar tu última fuerza y girar, caer con la cabeza primero, para que sea rápido.

El perro a medio devorar ya no estará tan solo.

Arnold Schoenberg admirando bananas. Lo más seguro es que la imagen la hizo una AI. Este texto se inspiró en ella, no al revés.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.