8/52 La absurda miseria de los hombres necios

Abril Posas
6 min readApr 19, 2023

Lo que más me gusta de Seinfeld es que sus protagonistas no cambian, no quieren mejorar y se esfuerzan para no aprender lección alguna, continuar con su vida sin ser más sabios, humildes o sanos. En verdad es gracioso ver todo el esfuerzo que invierten en evitar hacer una introspección honesta en su vida, y las pocas veces que lo hacen, deciden fallar porque, como muchas otras cosas en la vida, es muy difícil.

Así que me siento a ver a Jerry y George, principalmente, sentarse a enumerar todo lo que está mal en otras personas mientras ellos mismos se pudren. He de confesar que comparto mucho de lo que se dicen, las conclusiones y los señalamientos: la gente apesta.

George Costanza y Jerry Seinfeld, llegando a las conclusiones correctas.

Y siempre hacen lo mismo: o están en la cafetería, o en el departamento de Jerry o autosaboteándose cuando encuentran otra persona que los soporta más de cinco minutos. En serio, es divertidísimo y aguanta bien el paso del tiempo, ya que desde el inicio se trata de un grupo de personas horribles intentando sobrevivir en el mundo siento horribles, pero controlándose, hasta que por fin terminan en la cárcel.

Todo iba bien, pues, hasta que alguien movió la dinámica a otra época. Así como Matthew Weiner recreó las dinámicas sociales de los años 60 del siglo pasado en Mad Men para, entre otros objetivos seguramente, demostrar que no mucho ha cambiado en la forma en que un país se mueve, Martin McDonagh llevó a Seinfeld a la Irlanda de principios del siglo XX con su The Banshees of Inisherin. Y eso fue precisamente lo que me torció la vista un poco, porque al inicio pensé que sería una de esas comedias absurdas de los enredos diarios entre dos amigos de mucho tiempo. Los primeros minutos me quisieron engañar cuando todo el pueblo le pregunta a Pádraic qué hizo para enojar a su mejor amigo, Colm, quien ya no quiere ser su amigo. Otras coincidencias me llevaron a un lugar seguro: en lugar de la cafetería, es un pub; en lugar del departamento de Jerry, es la pequeña cabaña de Colm; en lugar de Elaine, es la hermana de Pádriac; en lugar de Nueva York, el mar helado del norte; en lugar de Kramer, ¿una burrita? —quizá esto último es demasiado, me retracto.

Colm Costanza y Pádry Seinfeld, o algo así

El truco está, entonces, en cambiar la época para entender mejor lo que ocurre. No estamos ante dos tipos viendo con humor la vida diaria en un espacio con sus propias rutinas, sino que podemos ver de cerca la soledad de dos hombres adultos que siguen dando vueltas en los mismos 10 kilómetros de tierra del que tanto temen separarse. Hasta que Colm dice que es suficiente y planea el resto de sus días —que no deben ser tantos, es 1923 al fin y al cabo— para dedicarlo a algo que sí vale la pena: su música. Está harto de la misma conversación de siempre, dice. Que no saca nada de provecho de las horas dedicadas a una cerveza con su compa de toda la vida, dice. Que no tiene mucho por qué vivir, más le vale hacer lo posible aunque haya desperdiciado tanto, dice. ¿El otro? Lo ve con incredulidad y primero piensa que es una broma.

Wong-Kar Wai ya lo había hecho en 1994, la mera vdd.

Pero un dedo cercenado después, Pádriac entiende que la cosa va en serio. Y el corazón empieza a rompérsele. Su hermana, Siobhán (aka Elaine Benes de 1923), intentará empujarle a dejar la isla donde viven, conseguir un empleo en otro lugar, ya saben: seguir viviendo. Pádriac no tiene muchas razones para seguir. Sus padres han muerto, no está casado ni en busca del amor de nadie más. Jenny, la burrita, es su mejor amiga y, como si fuera un gato, la deja dormir dentro de la casita que comparte con la hermana. Él, que no demuestra ganas de nada realmente, lo único que extraña es a su amigo, que se rodea de otros músicos que vienen desde tierra firme a ayudarle en sus composiciones y ensaya en el mismo pub donde antes conversaba con Pádriac.

El resto de los hombres que viven ahí también están solos, incluso el policía que vive con su hijo, y el chico es el único que desea acercarse a los demás para no sentirse tan miserable. La necedad, sin embargo, va a ser más fuerte. Colm, violinista consumado, va a preferir perder una mano entera antes que volver a Pádriac. Éste, a su vez, va a elegir quedarse infinitamente solo en esa isla con tal de no seguir a su hermana en un bote y vengarse por la tristeza que su ex va a inyectarle a su vida. ¿El policía? Antes sin hijo que sobrio. ¿Y Jenny? No me lo recuerden, por favor.

Jerry Seinfeld lo único que deseaba era contar chistes. Cualquier atisbo de vulnerabilidad que llegó a mostrar su mejor amigo, George, la evadió como el mejor corredor de la NFL. Costanza, por su parte, intentó todo excepto dejar de culpar al mundo de su catástrofe, hasta que un viejo de 80 años a que le hacía compañía —como acto de caridad— le dijo que la vida es demasiado preciosa como para desperdiciarla con él y lo despidió. Pero, ni por asomo, intentó ser feliz.

La primera vez que vi Seinfeld fue en su propio tiempo, y desde entonces le he dado vueltas completas a la serie una y otra vez. Tuve que llegar a esta película para verlo con otro filtro.

George Costanza y Jerry Seinfeld, poniéndose el pie para evitar la felicidad

Uno más triste y deprimente, en donde queda una cabaña reducida a cenizas, una burrita muerta, un músico talentoso sin mano y un hombre triste que busca consuelo dejando entrar a los animales de su granja a su cuarto para tener compañía.

Cuando los créditos de The Banshees of Inisherin aparecieron, me refugié en el baño para llorar desconsoladamente, no miento, acordándome de todos los vatos de toda la historia que han existido con el corazón tan congelado, que ya ni sienten cuando se acerca el fuego. Hay algo en ese tipo de miserable resignación que me da pereza, y en el fondo también sé que me causa tristeza, porque debe ser que hombres rotos forman nuevos hombres rotos y quién sabe qué tanto debe suceder para que uno diga que ya no quiere que el próximo esté roto, y hace algo diferente. No sé. Tal vez sería mejor darles una burrita como Jenny para que les acompañen y dejen de ser tan neciamente tristes mientras las mujeres de su vida hacen realmente algo para curar el apachurramiento del alma.

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Me pregunto si también me pondré a llorar cuando inicie otra ronda de Seinfeld. En fin.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.