8/52 Recordarlo todos los días
Hoy vi el capítulo más reciente de The Marvelous Mrs. Maisel (el 6, de la cuarta temporada), la única razón por la que adoro a Amy Sherman-Palladino (porque por Gilmore Girls no la soporto), y me acordé de que en muchas ocasiones me he sentido como Mei en casi todo, excepto en un detalle.
Que todos los días, bajo distintas circunstancias, me tengo que repetir que lo que quiero ser es esto, y que debo decírselo a quienes no me escuchan y siguen preguntándomelo. Sobre todo a mí, porque a veces se me olvida cuando la comodidad me hace ojitos detrás de la puerta. O cuando me pongo a pensar qué pasaría si sí me animo a tener hijos de los que luego te reclaman haber nacido (como su servidora) y no. El recordatorio se convierte en una tarea doble: por un lado, concentrarte para que avances, poco a poco, cumplas con tus sueños; y por el otro, que no se te vaya por otro lado.
Cuando una amiga me dice feliz que está embarazada, quiero celebrarlo a lo alto con ella. Si me pasara a mí, el pañuelo verde que tengo me respalda, y agradezco que exista, porque mis planes, que no incluyen embarazarme, pueden mantenerse. Y la verdad me encantaría que así fuera con todas las mujeres: las que quieren tener hijos y las que no lo desean, sin que nadie más intente ponerle dudas a ninguna.
Aun así, sé que en el fondo existe una pequeña angustia que no se va del todo, que tiene que ver con la manera en que nos explicaron el mundo cuando estábamos creciendo. Y que, con todo y que no fue necesariamente con malas intenciones, logró minar la confianza que debería construirse con roca sólida, no esta porosidad que amenaza con romperse en cualquier momento. Nuestras abuelas y nuestras madres sabían que ser madre de alguien significaba solo ser eso. Ahora nos reafirmamos que es posible hacer todo, si existe voluntad, pero, ¿lo es? ¿Por qué entonces nos ponemos como Mei si nos retrasamos un par de días? ¿O por qué nos sentimos un poco malas personas cuando admitimos que realmente no queremos tener hijos?
Todos los días intentamos hacer nuestros pequeños proyectos, pagar las cuentas, prepararnos la comida y ocupar un espacio que no rompa con la armonía de la cuadra: la basura se saca temprano, las puertas no se azotan, decimos «Buenos días» y «Con permiso». ¿Por qué perpetuar la especie debería ser tan espectacular? ¿O por qué no hacerlo incomoda a tantos?
Hay tanto qué hacer, tantas cosas que recordar, por ejemplo lo que queremos ser para darle sentido a nuestra vida, que parir o abortar mañana se siente igualmente de insignificante a todo lo demás. Quiero decir, conozco madres que aman a sus hijos, pero siguen preguntándose qué es lo que realmente significa la vida. Así que el discurso de que no sabes realmente lo que es ser parte del universo hasta que tienes un hijo suena más a las ganas de un hombre de hacerse el importante al convertirse en padre, porque en el fondo sabe que su papel dura 3 minutos (máximo) en la creación de la vida, mientras que en la madre son alrededor de 9 meses de pura furia, incomodidad y película de terror. Como en el resto de los mamíferos.
Ni siquiera somos tan especiales, ¿cierto? Somos Mei esquivando balas (algunas metafóricas, otras literales), un día a la vez, intentando recordar a qué íbamos a la cocina.