(9/52) Hoy, hace un año
Leí: «Hoy, hace un año, el papel de baño del Costco se había agotado ya por la noche».
Entonces me acordé que hoy, hace un año, se activaba el encierro en el estado y me preguntaba si sería igual 10 años antes, que se cancelaron conciertos, obras de teatro y clases unas semanas. Hace un año, pensé «Esto va a pasar antes de que nos demos cuenta».
También, hace un año, mis amigas con empleos formales tuvieron que adaptar el comedor, la cocina, su habitación o el estudio para trabajar ocho horas diarias. «Ahora van a saber lo que siento yo», les dije, que ya tenía un año de freelance y me sentí la más preparada de todas para enfrentar esta pandemia que, máximo, duraría tres meses.
Hace un año, vi noticias de gente arremolinándose en las tiendas para llevarse agua, papel del baño, cerveza, latas de atún, comida para gatos como si se acercara el huracán que destruye la casa de Ned Flanders y no entendía por qué, simplemente lo observaba estupefacta sin sospechar que pronto iba a aprender un nuevo sentimiento.
¿Cómo se llama a esa mezcla entre envidia, angustia por el futuro, hartazgo, desprecio y decepción cuando la amiga se va, de nuevo, a una despedida de soltera a Cancún un día después del botón rojo? Urge el concepto, porque la definición ya la tenemos y estamos hartos de usar la letanía entera cada vez que nos preguntan por Zoom «¿Y cómo estás?».
Hace un año se destapó la cloaca, otra vez, así que nos asomamos a las aguas negras de nuestro día a día. ¡Oh! ¿Cómo que para algunos es imposible trabajar desde casa y evitar el contacto con otras personas? ¿Es decir que, incluso a sabiendas de los riesgos de contagio, habrá quien tome tres camiones para cruzar la ciudad e ir a su trabajo, porque si no el casero lo desalojará? Déjenme ver si entendí: ¿no todos tienen el mismo privilegio que yo, que a su vez no se parece en nada al privilegio del que compró una camioneta nueva en pleno 2020 y después de hacer un recorte de personal en su empresa porque «tiempos difíciles»? Vaya, esto no se parece nada a la vida que me habían explicado.
Así que hace un año dije, sin temor a equivocarme: esta crisis nos obligará a poner atención a lo que está mal en el sistema y tendremos que arreglarlo. Pero entonces el presidente se burló de la pandemia, las feministas y las 10 mujeres asesinadas diariamente; la amiga siguió viajando y asistiendo a bodas «con todas las medidas sanitarias»; la promesa de una mejora en los proyectos freelance se desvaneció como los videos falsos de los delfines en Venecia, y mi casero comenzó un nuevo proyecto que nadie pidió: remodelar el departamento de la planta baja, como una amenaza a un futuro que estoy tratando de ignorar en el que sube la renta y yo tengo que buscar de nuevo cajas de cartón para mudarme con todo y libros.
Hace un año no sabía lo que es un ataque de pánico. Lo lejos que sentiría a mi papá en Puerto Vallarta, sin poderlo visitar ni que él pudiera venir acá. O que perderíamos a tantas personas a causa de una enfermedad de la que algunas personas, aunque sean médicas, no piensan vacunarse ni protegerse con el uso de una máscara.
En serio, ¿cómo se llama eso que siente una ahorita, incluso cuando las cosas están en la tranquilidad revuelta, y que retumba desde los dedos de los pies pero se estanca en el estómago como la culpa porque no haces nada particularmente útil, aunque nadie te lo esté pidiendo y todavía tienes el descaro de hablar de un libro que escribiste en aquella época, tan lejana ya, en la que no tenías que hacerte este tipo de preguntas?
Ojalá pudiera regresar a hace un año, nomás a decirme que me compre ese 24 de cervezas caras, porque su carencia se nos iba a acumular de una forma bien rara y el organismo, hoy mismo, estaría lamentando no haber aprovechado esa oportunidad en marzo de 2020.