9/52. La comedia nos salvará

Abril Posas
6 min readMar 24, 2022

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Elaine Benes, aceptando la inutilidad de la vida como una reina.

De pocas cosas tengo certezas, pero una que no me abandona es que, para poder entender una época, no necesitamos leer los diarios de su tiempo, sino conocer de qué se reía y qué le daba miedo a su gente. Es decir, de qué tratan las comedias y cuáles son las historias de horror más populares.

La risa, o lo que nos provoca risa, está en ajuste eterno. Lo que era gracioso en los 80 del siglo pasado(como los chistes a expensas de esa pandemia tan rara llamada SIDA) ya no provoca cosquillas mezcladas con la incomodidad de la incertidumbre, simplemente es incómodo. Y lo que daba risa en los 50 es lo que hoy identificamos como racismo y violencia de género.

Sin embargo, aquí no voy a cancelar a nadie (tranquilos, amigos panistas: dejaré en paz a su héroe nacional Adal Ramones, porque de todas formas ya me lo chingué hace mucho en un post antiguo), sino de compartir cómo la risa nos ha salvado tantas veces, y lo sigue haciendo, mientras sus temas y personajes cambian, en muchas ocasiones viviendo en armonía dentro de nuestras referencias y listas de reproducción de los servicios de streaming con los que nos alimentamos.

Para mí, que nací en 1982 y crecí con la televisión por cable —este no es, a propósito, un texto para hablar de mi idiosincracia o contexto social, pero siéntanse libres de hacerlo si así lo prefieren—, las comedias de situación gringas han sido parte de mi educación sentimental y, calculo yo, un 67% culpables de que mis expectativas románticas estén tan atrofiadas*.

Curiosamente, una de ellas en particular no es tan comedia romántica, pero sí definió una era: Seinfeld. La famosa «serie acerca de nada» que en realidad era acerca de todo: hipsters, el miedo al fracaso, el patriarcado, el aborto («una pizza es pizza desde que pones las manos en la masa», decía Poppie; «No», alegaba Kramer, «lo es hasta que la metes al horno»), el derecho a no decir dónde compraste tus zapatos y la antecesora de la ya tan barajeada estrategia del fake it ’til you make it, descrita puntualmente por George Costanza, el gran pensador de los cuatro protagonistas principales: «No es mentira si tú lo crees».

Una de las razones por las que me acerqué a Seinfeld fue por mi hermano. Él es 11 años más grande que yo, así que cuando él tenía 27 y se reía de lo que le sucedía a los treintañeros de la historia, yo tenía 16 y pensaba que entendía todos los argumentos. Como cuando a los 8 veía Los Simpsons. O sea, no realmente, pero algo del asunto se me pegaba. Al pasar el tiempo me he dado cuenta que lo que más me gustaba de las situaciones de Seinfeld y compañía era que, a pesar de otras series de la época (desde Mad about you, Friends, Freiser o pinchi Full house), nadie aprendía nada.

Es decir, había mucho por aprender. El capítulo que lo demuestra a la perfección es el 3 de la temporada 8: «The bizarro Jerry», en donde la trama inicia cuando Elaine termina con su novio, Kevin, pero a diferencia de otras circunstancias (incluso con el mismo Jerry, en los primeros episodios), quedan como buenos amigos. Gracias a eso, ella se hace cercana a los amigos de Kevin, y descubre que son la versión «bizarra» —como la de Superman— de Jerry, George, Kramer y hasta Newman, una versión contraria que, para que se cumpla, muestra a un grupo de amigos honestos, que no tienen problema en expresar sus sentimientos, que respetan el tiempo y opiniones de los demás, se apoyan en todo momento y que, en general, son buenas personas. Y en el fondo Elaine, como todos me atrevo a decir, quisiera ser buena persona.

Pero no le sale, igual que a todos. Porque es Elaine, y en el fondo es tosca, no pide permiso para nada, es un poco egocéntrica. Francamente, queda muy bien con su pandilla original.

Creo que a finales del siglo XX era lo que se respirabaen el ambiente. Esas comedias familiares, en las que siempre había un adulto ausente (muchas veces, la madre) y antes de los créditos se aprendía una valiosa lección de vida provocó más diabetes que la resistencia a la insulina, así que Seinfeld fue una brisa de aire fresco, aunque un poco rudo, directo y muchas hojas secas que intentan picarte en los ojos: esto es lo que somos, lo más seguro es que así vamos a continuar, entonces más vale abrazarlo.

Ese cinismo nos ayudó a cruzar la frontera al novísimo siglo XXI. Y fue lo mejor, porque si llegábamos al final del 2001 pensando que seríamos buenas personas —como los pendejos como yo, que decíamos que la pandemia sería nuestro inicio renovado—, no lo hubiéramos soportado.

NEVER FORGET.

Pero, un par de décadas después, ya estamos listos. En estos tiempos que corren con la furia de un perro que acaba de romper la cadena que lo mantuvo a raya durante semanas, disfrutamos el auge de la comedia sanadora. No es insulto, aunque quisiera encontrarle otro adjetivo para que no se sintiera como un término peyorativo. Es una cosa así: desde que unos gringos decidieron adaptar otra comedia inglesa a su público en 2005, lo hemos visto desarrollarse, y detrás de bambalinas aparece el mismo nombre: Michael Schur.

Este hombre es el productor de la versión estadounidense de The Office, en donde el jefe pasó de grandísimos imbécil a menso-con-corazón-de-oro. Luego lanzó Parks and Recreation, que al principio tenía la versión femenina de Michael Scott hasta que se dieron cuenta de que se trataba de la única burócrata de la historia del universo con ganas (y el talento) para mejorar el mundo. Después, Brooklyn Nine-Nine, el único precinto policial de Nueva York que nadie quiso quemar en las protestas de Black Lives Matter de 2020. Y llegó a la cúspide de su mensaje con The Good Place: donde una basic bitch va al más allá para descubrir que, si quiere evitar ir al infierno (The Bad Place, aka como «el SAT»), tiene que aprender a ser una mejor persona. A través del estudio de la filosofía. Ajá.

Lo que tienen en común todas estas historias que integran esta antología de la comedia wholesome, comedia de la empatía, comedia de la fe en la humanidad, comedia shuresca, que ha contagiado a otros creadores, es que no es tan simplona como parece. Trata temas incómodos también (como el acoso sexual, el patriarcado, la falta de oportunidades socioeconómicas que limita el crecimiento de la gente, el duelo, el dilema del tranvía), tiene personajes definidos por sus grandísimos defectos (como la vanidad, el orgullo, la cobardía, la flojera: sí, los pecados capitales, pues) que no cambian de forma radical, pero sí aprenden.

Y siguen siendo flojos, aunque inteligentes. Lujuriosos, pero generosos con sus amigos. Herméticos y agradecidos. Es decir, nos reímos porque no tienen reparo en decir que prefieren ir a un concierto de Rihanna en Las Vegas en lugar de cuidar al perrito de su mejor amiga, aunque así se lo prometieron, y al final del capítulo es probable que lloremos porque sacrifican el amor que encontraron junto a un maestro de ética y filosofía para salvar a toda la humanidad. Para muestra: cualquier episodio, de cualquiera de las 4 temporadas de The Good Place.

Así se aprende ética, no con «suposiciones».

Hannah Gatsby lo ha dicho en varias ocasiones porque a mucha gente se le olvida: la comedia cambia y se adapta con los tiempos, porque es lo que sucede con todo en esta vida. Y hasta Rick Gervais, quien originalmente creó al jefe de The Office con los niveles de patanería al máximo, te puede hacer llorar con un especial de stand-up (Humanity, por ejemplo) o una serie (Afterlife). Así como ya no nos da miedo lo mismo que en 1970 (uy, el del machete te va a matar por andar de zorra), hay ciertos chistes que no han envejecido con gracia (RIP Friends).

Lo que más me gusta de todo esto es que me sigo riendo con Seinfeld igual de fuerte que con The Good Place. O BoJack Horseman. Las primeras temporadas de Los Simpsons. Y amo con locura a Ted Lasso. Hay gente que se sorprende, como si no supiéramos que dentro de todos hay siempre una lucha constante entre ir por la vida como Elaine Benes, pateando a otros en este baile descontrolado al que llamamos vida,

(Yass, queen!)

o buscando desesperadamente asideros para sostenernos al borde del abismo, mientras intentamos ignorar que hay sacos llenos de piedras colgando de nuestros tobillos que nos jalan a la oscuridad.

Para reírnos de nosotros o recordar que lo mejor de la vida es que es breve, de una forma u otra, la comedia nos salvará.

*No tanto ya, porque voy a terapia. O eso me gusta pensar después de pagar mi sesión mensual.

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.