9/52 Que somos bisontas
Otra vez se quejaron de las muchas escritoras, de las pocas que valen la pena, de lo mucho que nos dan por tan poco —¿qué vamos a hacer con tanta abundancia, escritoras? Ya no sé dónde guardar tanto en mis baúles—. Esta vez no fue Pérez Reverte ni Vargas Llosa, pero definitivamente fue un ceñor, cuyo texto completo no tiene caso citar porque lo más importante lo dice casi al final. Fue algo así como un “conservadores llegan al punto”, pero en el mundo de la opinión literaria. Más o menos.
El ceñor, casi al final, dice que esta “repentina” aparición de la manada de bisontas (él dice “bisontes”, lo acepto, sin embargo también me imagino que no respeta los pronombres de quien lo pide y pues que se aguante) en la oferta literaria le afecta, sobre todo, a las “verdaderas escritoras”, como si en verdad le preocupara el quehacer de las mujeres en un medio que sigue siendo más bien inhóspito a pesar de que las estrategias de mercado indican otra cosa. Es que, ya somos tantas, por todos lados, publicando, escribiendo, ganando premios, acaparando los asientos del metro y levantando demasiado la voz mientras intenta ver su partido de fútbol, que nos confundimos con el verdadero talento, esa estirpe de creadoras que existen en otro tiempo y espacio, que nada tienen que ver con las bisontas, que estamos llenas de polvo, ramas secas, bichos y que olemos a musgo. Las escritoras que ella respeta, asumo, deben oler a otra cosa, que no sé qué piensa que será, seguramente a competencia y desprecio por las que van empezando o que a pesar de su juventud ganan lecturas y buenas críticas —el ceñor se proyecta, pues—.
Lo curioso es que, precisamente, he visto a esas verdaderas escritoras —por si tienen curiosidad sobre quiénes son: las escritoras de verdad son todas las que escriben en donde sea, punto— celebrando esa imagen de las bisontas en estampida, que, en lugar de ir por ahí en solitaria y falsa modestia, nos unimos para que la tierra se sacuda un poco más. Un ceñor nos regaló un retrato en donde se refleja a todas, premios o no, éxitos de ventas o no, publicadas o no, amigas de todas o no, porque cuando se atreven a decir que no hay de dónde elegir una autora de calidad o que casi no existen mujeres dedicadas a un género en particular, volteamos todas y hacemos ruido: aquí están, aquí estamos.
Qué pertinente el símil con ese animal, además, que aunque se creía desaparecido en las planicies de Estados Unidos hace no tanto se encontraron especímenes en la vida silvestre, y que a pesar de que en Europa estén escasos y en otros continentes se les considera extintos, el bisonte se caracteriza por ser “de los pocos animales, si no el único, que soporta las tormentas en lugar de huir de ellas.” Siglos de tormentas nos respaldan, ciertamente.
Siempre llega un cñor a querer demostrar que sigue siendo vigente, a pesar de que sabe muy bien que el tiempo le ha alcanzado. Si fuera más valiente, se atrevería a decir que sus referentes literarios necesitan una pequeña actualización. Quizá hasta pediría ayuda para refrescar el librero. Pero eso no lo hacen los hombres nacidos durante la primera mitad del siglo XX (o durante la segunda, o al inicio del XXI; corríjanme si me equivoco, no me permitan cometer una ceñorada). En su lugar, prefieren tomar el foro que su trabajo les construyó, tomar el micrófono en una premiación o enviar el texto a un medio de alta circulación y decir, con todo el poder de sus clases de mecanografía, que ya no quieren saber nada, que ya se callen todos, que los niños dejen de jugar en su jardín.
Mientras tanto, las bisontas pasamos corriendo bajo las ventanas de su ¿castillo medieval? levantando polvo y sacudiendo los vidrios. Y estas no se extinguen.