Las horas muertas 5: El espacio también cuenta

Abril Posas
5 min readFeb 11, 2025

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Cuando estaba en la universidad, uno de mis maestros* se quejaba de que las nuevas generaciones que escribían ya no narraban acciones, sino que describían espacios o emociones. Él se refería al extremo, por supuesto; textos en los que no ocurría aparentemente nada, pero con páginas llenas de adjetivos que pausaban la acción y la hacían sentir estancada. Me encantaría recordar cuáles ejemplos usó para ilustrarnos esta supuesta carencia de esos años en la literatura, mas la memoria no me da para tanto (no me da para casi nada, si les soy sincera).

Por eso mejor voy al grano y aclaro que, a pesar de que es posible que una descripción minuciosa no siempre sea del gusto de todas las personas que leen, sí puede ser parte esencial de un texto. Porque todo debería tener razón de ser. Pienso un poco en cuando vemos una película. Todo lo que vemos a cuadro, en la pantalla, se pensó para estar ahí. En teoría, lo que la cámara capta es lo que el guión técnico y la dirección han decidido. Si vemos el lomo de los libros que llenan la biblioteca de uno de los protagonistas, es porque quienes realizan la cinta así lo han deseado, y no van a quejarse de quienes le ponen pausa y se ponen a revisar los títulos visibles porque también ayudan a explicar el momento de la historia, la forma de ser de los personajes, e incluso pueden dar pistas sobre el desenlace o la conexión que tiene con otras obras. En fin, eso depende de lo que busca el equipo que hizo la película.

Con las historias pasa lo mismo. Quien escribe no tiene cámara para mostrar, pero sí palabras. Lo que se menciona en la página existe porque tiene que existir (y lo que no está también, según el estilo de cada autora, aunque eso da para otra entrada en este blog o cómo se llame) y aporta a la trama de alguna manera.

Pienso por ejemplo en la novela Lo que no se mueve (Cecilia Magaña, Editorial 2628, 2024) —aprovechando que la tengo fresquita en la memoria—, en la que narra cómo dos hermanas se ven obligadas a volver a la casa materna porque su madre ha sufrido un derrame cerebral. La mujer, que fue una prolífica taxidermista, llenó su hogar con animales disecados en posiciones de seres vivos, para siempre congelados, y su presencia estática se mezcla con los recuerdos que las hijas tienen de ella. Así empieza el capítulo VII:

“Me dio flojera”. Estela en ICÓNICA.

Lo que van encontrando en los cajones, al abrir las puertas, son el pretexto para hablar de su pasado, al mismo tiempo que describe el momento detenido. Porque casi todo ocurre en un sólo espacio: la casa de la madre, así que podría montarse como una obra de teatro (atención, teatreros), y cada animal disecado en posición de ataque se siente como un dolor añejo a punto de saltar a la yugular de Mercedes o Cristina. Pero nunca sucede, porque no se puede mover por sí mismo.

La descripción de un sitio ayuda a entender el estado de ánimo o deterioro de un personaje. Si se hace bien, da el énfasis necesario en su transformación. Cuando leí Los eufemismos (Ana Negri, Editorial Antílope, 2021) descubrí que el jardín de una casa nos dice mucho del estado mental de una persona en dos momentos diferentes:

Página 91 vs página 102 de la edición electrónica.

Ya no hay muralla de plantas, las baldosas están completamente desnudas, el floripondio ha muerto y el estado mental de una sobreviviente de la dictadura argentina está resquebrajado. Antes de que lo descubramos en cuanto la protagonista descubre a su madre en el sillón, la misma casa en la que habita ya nos está preparando para el cuadro final.

Cuando alguien dice que “si las paredes pudieran hablar” en realidad está olvidando que sí lo hacen. Los cuadros llenos de telarañas, las plantas que crecen a destajo en las macetas de la sala, las sillas del comedor que tienen los cojines ya moldeados con los glúteos de sus habitantes al otro lado de una sala que rara vez soporta un cuerpo: todo cuenta, y en ocasiones es más contundente explicar cómo se siente una persona a través de cómo ha dejado que el polvo se acumule en los trastes sucios de la cocina, que simplemente decir algo como “Estaba tan triste que no podía levantarse de la cama”.

Es como jugar a que somos Hopper:

La autómata, 1927.

Coralie Fargeat:

Demi Moore, en La substancia.

Fernanda Melchor:

Primer capítulo de Temporada de huracanes.

O, ya saben, como ustedes prefieran.

*era Jesús Gurrola, y la verdad le debo que me empujara a meter más acciones a mis textos porque gracias a eso me gané una (1) beca, la única que he recibido.

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Written by Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.

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