Que lo hagan ellas

Abril Posas
5 min readFeb 26, 2019

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Cuando era adolescente, por allá de los años 90, el epítome de la comedia transgresora fue un grupo de hombres caracterizador por hablar directamente a los chavos, gracias al uso del lingo de moda y la muletilla «wey» o su variante más fuerte: «ca». Gracias a la bolita integrada por El Calabozo (conducido por la dupla Jorge Van Rankin y Esteban Arce), Otro Rollo (Adal Ramones, Yordi Rosado y Mauricio Castillo) y Facundo en sus andanzas por Telehit, muchos nos desvelamos a la espera de sus ocurrencias y curiosos enfoques de la vida.

Sin embargo, con el paso de los años todos nos hemos dado cuenta de que la vieja mula ya no es lo que era, no sólo porque los músculos ya no reaccionan como antes y es imposible aguantar un pequeño quejido cada vez que cambiamos de posición (es decir: nos ponemos de pie, descruzamos una pierna, recogemos las llaves del suelo, intentamos respirar mientras comemos), sino porque, y esto se ha dicho hasta el cansancio pero parece que no lo entendemos: the times, they are a-changing. Cuando los monólogos de Adal Ramones —99 por ciento segura de que él no escribía una sola palabra de lo que decía frente a la cámara— ya se habían convertido en un concepto de nuestro lenguaje diario, se realizó un evento de conferencias y música para jóvenes en Morelia. Se llamaba algo así como «¿Qué rollo con…?» y su intención era invitar a varios expertos —léase: motivadores, o como algunos les encanta etiquetarse, coaches— para hablar de los temas que a los chavos nos hacían ruido. ¿Qué dicen? ¿Hablaron de sexualidad, imagen corporal saludable, perder el miedo a decir en voz alta las propias aspiraciones, dejar a un lado los prejuicios, qué onda con el aborto y sus implicaciones sociales?… Nope. Durante dos días y una noche (¿o fueron dos?) escuchamos a unos tipos decirnos que nuestros padres nos quieren, sólo buscan lo mejor para nosotros y es mejor tomar en cuenta sus consejos. Así que, prácticamente, nuestros padres pagaron boletos, transporte y hospedaje a sus fieras adolescentes para que otro fulano con micrófono de diadema dijera exactamente lo que ellos intentan decir todos los días, sólo que con más histrionismo. De haber sabido que ahí empezaba la carrera de maestro mocho de Yordi Rosado, pensaba dos veces ir con mis amigos. Por todo eso y por el penoso, penosísimo momento en que mi corazón (aka mi calentura juvenil) se partió en mil pedazos cuando, Ari Borovoy subió al escenario para recordarnos a todos que habría un concierto gratis de OV7 (sí fui, ok? y no me divertí. No tanto) y que todos estábamos invitados. Antes de despedirse, Yordi le pidió que compartiera un consejo con todos los humanos en proceso de desarrollo ahí presentes. ¿Su respuesta? «Je, je. Preferiría no hacerlo si no están mis hermanitos» —la referencia a Melville la puse yo, porque me dio lástima dejarlo sólo como un imbécil— y se retiró.

El Calabozo, producto de Guillermo del Bosque, era como ir a la borrachera con tus hermanos mayores: sólo chistes locales. Y machistas, racistas, clasistas, muchos gritos y la peor escenografía de la historia. ¿Envejecer con gracia? Oh, no. El tiempo en verdad destruye todo y a este programa lo hizo pedazos, así como a sus honorables conductores, que o se convirtieron en «platicadores vocaciones» o en el don que piensa que los derechos del otro se construyen en lo que él cree, aunque no tenga sustento científico.

Envejecer es horrible. A nadie nos gusta. Es aterrador darte cuenta que te dejan atrás. La onda ya no es tu onda, y no importa cuántas veces intentemos amenazar a los más jóvenes al decirles que les espera el mismo destino, ellos están en su momento. Y de nada sirve que nos cortemos el pelo como dicta la moda, o que adaptemos nuestros pantalones al último grito, sólo nos señalarán como chavorrucos. Pero lejos de lamentarnos porque ahora ya hay festivales musicales confeccionados sólo para nuestra demografía (somos tan viejos, carajo), vemos con un poco de horror que hay otros que deciden ignorar las señales y seguir como si no viviéramos todos en la misma Tierra.

Facundo, que es el más joven de los acá mencionados, se hizo famoso ya entrado el siglo XXI en el canal musical Telehit producido por, sorpresa-sorpresa, Guillermo del Bosque, con el programa El Depasónico. Acompañado de Diego, estos dos fueron los herederos de El Calabozo, y una muestra más de que no importa qué pase, la gente no aprendemos. Tiempo después, Facundo, quien notablemente fue el que más popularidad alcanzó, lanzó el programa Incógnito con la bien ponderada sección «Que lo hagan ellas».

No sé si a Gorillaz le caiga bien la noticia de que «Feel Good Inc» fue su cortinilla, pero se convirtió en la firma y el canto de batalla para que, ahora sí, empezara la diversión. La premisa era muy, muy, de veras muy, simple: caracterizado como soltero de la escuela de Hugh Hefner, el anfitrión lee una carta de un fan ficticio que le presenta un problema: no puede hacer eso que tiene que hacer (su trabajo, un arreglo en casa, conseguir un empleo más digno para no aparecer en Incógnito), así que le pide ayuda. El buen Facundo, después de hacer un par de comentarios ingeniosos al respecto, envía a su escuadrón de modelos en bikini para salvar el día. No, no hay tono irónico ni crítica social.

Superamos los 90 —aunque su ropa y su música regresa. No es queja— y ya estamos por cerrar la segunda década del 2000, ya aprendimos, cambiamos, crecimos, nos avergonzamos del pasado, pero rescatamos lo bueno. Nuestros errores nos han hecho más fuertes, más sabios, más introspectivos.

Corte A: el domingo pasado.

No tengo televisión de paga, así que vi los Oscar en TV Azteca, como cada año, y ya sabía que al menos tendría la familiar presencia de Esteban Macías, quien no es el mejor crítico de cine de México, pero sí cumple con su trabajo. Con lo que no contaba era con la presencia de Facundo, quien, según El Universal debía imprimirle un sello de comedia a la transmisión con sus ingeniosos comentarios (fake news: El Universal). ¿A quién se le ocurrió? Los presentadores sólo hicieron comerciales para Cinépolis, marca que se decía muy orgullosa por las nominaciones de Roma a pesar de que TODAVÍA no es digna de proyectarse en sus salas, o Magnum. ¿Y Facundo? La mayor atribución «cómica» fue burlarse de la reacción de Lady Gaga, cuando ganó la estatuilla a Mejor Canción, del mismo modo que tu primito, Fernandito, ese mocoso mimado que está in-so-por-ta-ble desde que nació su hermana unos meses atrás, y se desvive para llamar la atención que ahora su familia dedica a otro ser humano. Y sin embargo, Facundito nos dio una gran lección que, para aprenderla con gusto y aplicarla exitosamente, debemos retorcer y cambiar radicalmente de su significado.

Los premios Oscar no tuvieron anfitrión este año. Ustedes dicen que fue por tuits polémicos, yo digo que fue porque no quisieron. Al inicio de la ceremonia, el Trío de Oro de la comedia estadounidense inauguró oficialmente el evento y entregaron el primer premio de la noche. Maya Rudolph, Tina Fey y Amy Poehler —tres actrices, escritoras, productoras y directoras de grandes y creativos proyectos— dieron una pequeña probada de lo que pudo haber sido el resto de la velada: genial. Es como el espectáculo de medio tiempo del Superbowl otra vez: la historia reciente nos lo ha comprobado. Las cosas habrían resultado mucho mejor si tan sólo, y no puedo creer que lo vaya a decir de esta manera y juro que por eso hice antes este nefasto recuento, quien estaba a mando hubiera dicho «Que lo hagan ellas».

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Abril Posas

Escribo. Tengo gatos. Amo el queso. Tengo un curso en Domestika.